Medidas Drasticas

La Palabra nos ofrece sabiduría clara sobre cómo abordar el pecado en nuestras vidas. Primero, debemos estar atentos a las “invitaciones ocasionales” al pecado. Estos son los momentos cuando pensamientos pecaminosos intentan infiltrarse sutilmente. Pablo nos enseña a tomar estos pensamientos cautivos (2 Corintios 10:5), sometiéndolos al señorío de Cristo antes de que se conviertan en acciones. El pasaje del día se refiere a una segunda categoría más desafiante: los pecados habituales. Son aquellos comportamientos repetitivos que ya han echado raíces profundas en nuestra vida diaria. Nos encontramos atrapados sin poder romper el ciclo por nosotros mismos. Jesús nos llama a adoptar medidas radicales ( obviamente no hablo de literalmente cortarte la mano.. Pero al decir esto nos muestra la gravedad del asunto) contra estos pecados persistentes cuando nuestro dominio propio no es suficiente para vencerlos. Debemos eliminar completamente cualquier actividad o situación que continúe alimentando esos hábitos destructivos. Considera este ejemplo práctico: un joven apasionado por el fútbol pierde los estribos cada vez que juega y actúa agresivamente hacia otros jugadores. A pesar de confesar su pecado repetidamente y pedir perdón, sigue cayendo una y otra vez. La solución propuesta por Cristo sería dejar temporalmente el fútbol hasta desarrollar suficiente dominio propio para jugar sin deshonrarle. Esta misma estrategia puede aplicarse a otras áreas como mirar demasiada televisión, ser demasiado discutidor o no controlar los gastos personales. En tales casos, resistir simplemente no será suficiente; necesitamos cortar radicalmente aquello que perpetúa nuestro pecado habitual. No podemos tratar el pecado con ligereza; tiene consecuencias graves como empañar nuestra visión espiritual y endurecer nuestros corazones (Santiago 1:15). Para combatirlo eficazmente necesitamos decisiones drásticas pero necesarias—mejor perder algo temporal aquí en la tierra mientras aseguramos entrada amplia al cielo.