En nuestra vida espiritual, pocas cosas son tan devastadoras como el agotamiento y la pérdida del fervor en nuestro caminar con Dios. Lo que alguna vez fue un fuego ardiente de visión y pasión puede reducirse, aparentemente de repente, a un montón de brasas humeantes. Quizas te preguntas: ¿Qué sucedió? Sucedió que permitiste que el fuego se fuera apagando gradualmente con el tiempo.
Dios no solo se refería a una antigua hoguera sobre un altar de piedras cuando advirtió: “No permitas que el fuego se apague.” El altar que Dios más desea es un corazón plenamente comprometido con Él.