A menudo pensamos en las ofrendas como un intercambio, algo que damos a Dios porque Él lo necesita. Pero la verdad es que Dios no necesita nada de nosotros; Él es el Creador de todo y posee la plenitud de la vida. Sin embargo, Él nos invita a ofrecerle nuestras vidas, recursos y talentos, no por necesidad, sino para enseñarnos sobre Su carácter y nuestra relación con Él.
Cuando nos acercamos al altar y ofrecemos algo de nosotros, estamos participando en un acto de adoración que revela dos cosas poderosas: primero, nuestra dependencia de su gracia y provisión, y segundo, cómo nuestras ofrendas reflejan Su generosidad y amor.
Dios nos pide que ofrendemos, no para satisfacer alguna carencia Suya, sino para moldear nuestro corazón, ayudarnos a desarrollar gratitud, sacrificio y generosidad, valores esenciales del carácter divino. Cuando damos con alegría, aprendemos a confiar en Su fidelidad y a alinearnos más con Su propósito.